MONICIONES SOBRE LAS LECTURAS
1a Lectura.- El profeta Jeremías, en la primera lectura, nos va a ofrecer una enseñanza dura, pero muy esperanzadora: cuando la Palabra de Dios está en nosotros firmemente asumida nada podrá alejarnos de ella, aunque a veces suponga para nosotros “oprobio” o “violencia”. Por encima de todo lo humano la proclamaremos. Esto es que lo que nos dice el Libro de Jeremías en su capítulo 20.
Salmo.- El Salmo 62 es de los considerados de religión personal, pare recitarlos en la soledad de la oración, no como instrumento litúrgico. Se pide la presencia de Dios mientras se sufre la aridez espiritual. La aridez en la oración es, pues, patrimonio de todas las épocas. A nosotros –hoy—también nos pasa. Y este salmo, muy bello, nos puede ayudar a luchar contra ella.
2a Lectura.- En la segunda lectura de hoy, San Pablo lo va a decir muy claro: si queremos seguir e imitar a Jesucristo muy difícilmente podremos hacerlo amoldándonos a los criterios de un mundo que con su comportamiento niega lo esencial de lo que ha enseñado Cristo y que es lo básico y fundamental para ser cristianos. Y si lo que nos dice Pablo tiene plena actualidad para nosotros en este siglo XXI, merecerá la pena recordar que su texto que oiremos hoy se lo decía a los fieles de Roma en el siglo primero.
Santo Evangelio.- Pedro, el domingo pasado, era elevado por Cristo como su vicario. Había hablado el primer Papa influido por el Espíritu del Padre para proclamarle Mesías. Pero Pedro, hoy, según nos sigue contando el evangelio de san Mateo, llevado de criterios humanos –y lógicos—se niega a que su amigo y maestro tenga que sufrir. Pero eso es contrario a los designios de Dios que Jesús tiene que cumplir y, por tanto, los presuntos buenos sentimientos de Pedro, son en realidad una tentación para Jesús. Y así se lo hace saber el Señor con una dureza extraordinaria.
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